Mi abuela
pisó dos siglos.
Los abarcó con su aliento
y desparramó
sobre ellos, vida y fuerza.
Como esa tierra fértil
que el labrador exprime
hasta el último surco
para obtener cosecha.
Mi abuela
parió cinco hijos
como cinco soles,
que vinieron al mundo
con cinco bocas
cargadas de tristeza.
Mi abuela
amamantaba, cosía,
doblaba su espalda
sobre la pila de piedra,
planchaba, guisaba
en la vieja
hornilla de leña.
Mi abuela
contaba los jornales
del hombre de la casa.
Contaba los platos
de legumbres,
contaba los panes
en la alacena
contaba los días…
¡Juan, no nos llega!
Mi abuela
quedó sola, la muerte
se llevó a Juan,
los jornales,
los platos,
los panes,
los días…
Mi abuela
con cinco hijos
como cinco soles,
cinco bocas de ausencias,
cinco bocas negras
de hambre.
Y estalló la Guerra.
Mi abuela
sola, desolada,
sin nada,
sólo cinco necesidades
imperiosas,
cinco futuros rotos,
entre las bombas
y el alba.
Mi abuela
traspasó caminos
de exilio polvorientos
y halló su casa,
cobijo de soldados,
tapiada por la hierba,
puertas arrancadas,
ventanas abiertas
sin nada
que guardar
tras los muros de tierra.
Mi abuela
nunca fue a la escuela.
No era importante.
No fue miliciana,
ni enfermera.
No estuvo en el frente
ni en las trincheras.
Vida anónima,
sí,
mi abuela.
María Isabel Luque Muñoz
I.E.S Cumbres Altas – Nueva Carteya (Córdoba)